Por estas fechas, hace aproximadamente tres años, mi padre se encontraba en una fiesta de su empresa, tan aburrido que se puso a seguir con la mirada el recorrido que hacía una mosca. De repente, la mosca cambio su dirección y encontró como objetivo estudiar la cara de un compañero de la empresa al que desconocía papá. Todavía no me explico por qué a mi padre le impactó de esa forma, porque mientras más observaba la manera en que la mosca recorría todo el rostro del hombre, posándose incluso en sus labios, él iba sintiendo algo por dentro, una especie de atracción, por así llamarlo, unas ligeras cosquillas en su estómago.
Desde ese día papa estaba muy raro, parecía ausente, hablar con él era sentirte ignorada, y yo no era la única que notaba esos cambios tan bruscos, y a los que ningún componente de la familia estaba habituado, empezando por mí, ya que papá era la mejor persona que me comprendía en todo momento.
Dos meses después, mamá, tras acabar su turno de noche en el trabajo, se acercó un sábado a las cinco de la mañana al centro comercial para comprar en una máquina su adictiva bebida: Clipper de fresa. Mientras tomaba tranquilamente su refresco en el coche, vio cómo dos mujeres de aspecto muy sospechoso no paraban de hablar fuera del centro comercial a esas altas horas de la noche y cómo una de esas mujeres llevaba unos tacones de edición limitada. Sumando lo novelera que es mi madre, se hizo bajar del coche e ir a tirar la botella, cuando observo detenidamente a las dos mujeres, en especial a la que llevaba sus tacones. Se quedó anonadada pues le resultaba familiar su rostro, al cabo de tres minutos ya sabía la razón, había visto ese rostro día tras día durante veinte años. Las dos personas parecían ser algo más que dos amigos vestidos de mujer…
Esto causó la separación de mis padres, quizás yo en su momento no comprendí muy bien a papá, tal y como él me había comprendido a mí durante tantos años.
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