viernes, 11 de febrero de 2011

Lo pesada que puede llegar a ser una simple mosca (por Raquel Martel)

Eran las 5 de la mañana y no podía dormir, un aguacero incesante golpeaba enérgicamente las planchas de la azotea. A parte de eso, una mosca cojonera zumbaba sobre mi cabeza, y yo, intentando deshacerme de ella, agitaba las manos con el fin de espantarla. Y entonces lo conseguí, la mosca se había esfumado. Este era mi momento, me acurruqué entre las mantas de mi cama y me dormí.



A la mañana siguiente me levanté temprano, había quedado con mi madre en que iríamos a comprar un regalo para mi abuela, que cumplía años. Fuimos al Centro Comercial Atlántico, y el bullicio era abrumador.  No fue muy difícil dar con el regalo perfecto para una abuelita coqueta y pizpireta como la mía, así que terminamos pronto y nos fuimos a casa de ella, de mi abuela, directamente.
Al llegar, la alegre viejita se alongó en el balcón y al ver que éramos nosotras nos recibió con un Buenas mis niñas, suban pa’arriba que estoy aquí con un par de quehaceres que tenía arrimaos.
Subimos sin mas demora, y la anciana nos preguntó si queríamos algo de beber. Mi madre pidió un café y yo me llené un vaso con una botella de Clipper de fresa que había en la nevera, con tan mala suerte que me lo eché por encima. Y entonces ahí estaba otra vez, sí ella, la mosca. Aquel bichito molesto y agobiante que no quería dejarme dormir. Ya no la soportaba más. Y entonces mi madre optó por que volviésemos a casa, para que yo me cambiase de ropa, en ese momento el reloj no marcaba mas de las doce del medio día. Pero ¿cuál fue nuestra sorpresa al llegar a casa? Pues que nos encontramos a mi padre con la vecina del quinto en una actitud un tanto escabrosa.
Y esta fue la causa de que mis padres se divorciaran.

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